LOS MISTERIOS DE LA SABANA 1: la salvación de la Brigada Uno.
Parte 1: Acomodando a Agatha.
Prólogo.
Estaba atardeciendo, y las Brigadas Uno y Tres avanzaban desde sus respectivos territorios con expresión temeraria. Un cabreado y pelirrojo Bruce Phillips avanzaba hacia el Capitán John Tigerclaw, de la Brigada Tres. Le empujó contra el suelo:
-¿Qué haces aquí, Tigerclaw? –preguntó el guerrero, furioso.
A partir de hoy, Phillips, la Brigada Tres cazará ciervos y ardillas para sus miembros con libertad. A vosotros os sobran zonas rocosas, sois tres veces más gente y tenéis diez veces más territorio, gracias a esos “revolucionarios” que teníais de líderes hace años. Os sobra bastante. Dexter se está volviendo cada vez más flaco. –contestó Tigerclaw.
-Me importa un comino la condición física de tu hermano.
-¡Ciudado, Bruce! Varios guerreros de la Brigada Tres están llegando. –le advirtió Ryan Harris, el Capitán de la Brigada Uno.
Era cierto. El comandante Bruce Phillips se giró para ver que muchos guerreros, completos y en entrenamientos, de la brigada rival se acercaban con ganas de machacarle. Miró con ferocidad a Tigerclaw y cijo:
-Seréis muy listos, Tigerclaw, pero nadie le ha quitado territorio a la Brigada Uno en muchos meses.
-Entonces, la Brigada Tres romperá el récord antes de que te lo esperes- siseó su rival.
Un guerrero de la Brigada Tres intentaba aplastar a Louise, y Bruce se separó de su contrincante para ayudar a su compañera.
-¡Deprisa, Louise! –susurró.- ¡Corre a avisar a la jefa!- agregó, y volvió hacia donde estaba John Tigerclaw.
-Ay, no, por favor, ¡a la jefa no!- chilló Tigerclaw.
Louise se levantó, muerta de miedo, y mirando al joven que pretendía hacer estofado con sus órganos, salío disparada hacia su territorio.
-Bruce –le llamó Ryan Harris.- Rindámonos. No tenemos espranzas.
-¡Claro que la tenemos, nuestra brigada nunca se rinde! Claro que con estos ánimos…
-Sé flexible, Bruce. No eres el único valiente aventurero del grupo, Pero a veces hay que dejar los actos de nobleza para otro momento y enfrentarse a la realidad. No hace falta que demuestres tu valía, todos sabemos que eres un gran luchador., pero somos escasos. No podemos permitirnos perder más gentes, y menos si son entrenadores. –suspiró y siguió, atento a las miradas de los presentes de su discurso.- Si eso ocurre, Joan se pondrá furiosa. Seguimos pudiendo vengarnos en otro momento.
Nadie podía creer que el temible Capitán Ryan Harris fuera a rendirse ante todos: Dudando, Bruce bramó:
-¡Esta bién! Pero esto no acabará así. –siseó a Tigerclaw.
Su oponente no le hizo caso. Hinchó el pecho de orgullo y le dirigió a Bruce una mirada socarrona. Se oyeron silbidos de alegría y, furiosos, Phillips y Harris se retiraron por donde había ido Louise.
Joan Smith, la jefa de la Brigada Uno, contemplaba el paisaje con preocupación. La sorprendió la suave voz de Jennifer Harris, la médico de la brigada.
-¿Qué pensamientos te rondan la cabeza, jefa?
-Me preguntaba si Louise se pondrá bien. –contestó Joan. Su maraña de pelo rizado y negro recaía sobre sus hombros como una cascada que bajaba las cataratas del Niágara.
-Realmente, no está en tan mal estado. Ese hijo tuyo no estaba demasiado fuerte hoy. Louise es joven y fuerte, y todavía le queda mucha vida por delante. –la tranquilizó Jennifer. Suspiró con profundidad y continuó.- Bruce y mi hermano tienen algunos rasguños y cicatrices pero mañana por la mañana estarán listos para entrenar a los Rivers. Hank tampoco morirá, pero tiene un rasguño encima de la nariz que provocará que no tenga el mismo encanto de siempre con las mujeres. Tendrá que estar unos días con una telaraña delante del entrecejo, pero se recuperará.
-Aún así, nuestra brigada se está volviendo tan pequeña como las demás. Cuando el padre de Bruce era el jefe, la brigada era bastante grande. Ahora es muy difícil reclutar gente. Todos prefieren la ciudad a vivir en la sabana. Desde hace unos meses nos jugamos la vida. Espero que los nuevos hijos de Wendy, Helen y Dora ayuden un poco.
-El momento llegará, jefa.
-Lo sé, Jennifer. –la interrumpió Joan.- Estoy segura de que la clave está en la gente moderna, esos que se llaman “macarras” y que se pasan el día con las pantallitas esas poniendo porritos a un espejo diminuto. No sé cómo, pero allí se encuentra quien o lo que nos llevará a la salvación de un peligro desconocido que nos acecha.